Frecuencia del Murciélago
Al estar sentado en una de las banquillas del parque de Santiago y cerrar mis ojos para percibir los distintos sonidos que se presentaban a mi alrededor, en principio los tomé simplemente como si hubiesen sido simplemente ruidos molestos: murmullos de la gente, el ruido de los carros, el sonido de las hojas de los árboles al pasar el viento, el aleteo de algunas tórtolas que merodeaban, y uno que otro grito de un niño o un vendedor ofreciendo su producto. Después me concentré en el sentido de la actividad, y traté de formar en mi mente una visión del arte y la belleza intrínseca que encierran todos estos sonidos, e intenté escucharlos como si fuesen algo enriquecedor y parte de mi cotidianidad y empecé a entender el valor que cada uno de ellos encierra: el de la vida. He tratado de tomar todos esos sonidos como si fuesen algo que tiene arte, y la verdad es que a pesar de no ser todos realmente consonantes, hallo en ellos un significado existencial porque después de todo sería diferente nuestro mundo de no encontrarlos en nuestro diario vivir.
Siguiendo el tema, me gustan mucho los sonidos naturales de la lluvia, el viento, el agua de los ríos y el mar y los sonidos que producen los animales. Pienso que son arte creado por la naturaleza y que debe ser apreciado no sólo como efectos sonoros en la producción de música sino como música inspiradora y reflexiva. Los sonidos, llamados “ruidos”, creados por el hombre son también una forma artificial de elevar nuestro pensamiento, porque cada uno de ellos encierra un significado que nos hace pensar en su origen, en nuestro diario vivir, y por tanto son una forma de arte.
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